Jack Randall había pasado gran parte de su vida viajando, conociendo diferentes culturas y aprendiendo idiomas. Había trabajado como periodista en zonas de conflicto, cubriendo historias de guerra y terrorismo. Pero ahora, en sus cuarenta y tantos años, había decidido dejar atrás esa vida ajetreada y establecerse en un pueblo tranquilo en las afueras de la ciudad. Allí, se había dedicado a renovar una vieja casa de campo y convertirla en su propio refugio. Pasaba sus días leyendo, escribiendo y haciendo tareas de jardinería. Además, había empezado a enseñar inglés a jóvenes estudiantes extranjeros que venían a la ciudad en busca de mejorar sus habilidades lingüísticas. Jack había descubierto que enseñar era algo que le apasionaba tanto como viajar y escribir, y se sentía muy agradecido por esta nueva etapa en su vida. A pesar de que en ocasiones extrañaba las emociones fuertes y la adrenalina de estar en el lugar de los hechos, se sentía cómodo con su nueva rutina y disfrutaba de la tranquilidad de su nueva vida en el campo.