Alena Pitzer es una mujer sumamente interesante, de esas que no pasan desapercibidas. Siempre ha sido una persona muy creativa y apasionada por la fotografía y el arte en general, lo que la llevó a estudiar Bellas Artes en la universidad. Después de graduarse, viajó por varios países, viviendo experiencias únicas que le permitieron abrir su mente y desarrollar su sensibilidad artística.
Sin embargo, los vaivenes de la vida la llevaron a trabajar en varios empleos que no tenían nada que ver con su pasión, lo que la hizo sentir frustrada e infeliz. Fue entonces cuando decidió dar un giro radical a su vida y dedicarse de lleno a lo que realmente le apasionaba: la fotografía. Para ello, comenzó a tomar cursos y talleres, y poco a poco empezó a hacerse un nombre en el difícil mundo de la fotografía de arte.
Hoy en día, Alena es una fotógrafa reconocida y respetada en su campo, y ha expuesto sus obras en varias galerías de renombre. Pero más allá de los éxitos profesionales, lo que más la llena de satisfacción es haber encontrado su verdadera vocación y sentirse plena y realizada en su vida.
Un día soleado, Alena y Sol se cruzaron en la calle caminando hacia la misma dirección. Sin saber por qué, ambos se detuvieron y se miraron a los ojos por un momento, sintiendo una extraña conexión. Alena se atrevió a dar el primer paso y le preguntó a Sol si podía ayudarla a encontrar un libro en una librería cercana. Él aceptó amablemente y juntos se adentraron en la librería, buscando el libro que Alena necesitaba. Durante la búsqueda, comenzaron a charlar sobre sus gustos y aficiones, descubriendo que tenían mucho en común. Cuando por fin encontraron el libro, Sol le dijo a Alena que podía llevárselo prestado y que se lo devolviera la próxima vez que se encontraran. Fue así como Alena y Sol comenzaron a conocerse, compartiendo su amor por los libros y descubriendo la conexión que habían sentido en el primer momento que se vieron. Desde entonces, su amistad floreció y se convirtió en algo más profundo con el tiempo.