Anna von Lindholm era una mujer compleja y apasionada. Había pasado gran parte de su vida estudiando y explorando diferentes culturas y religiones. De hecho, había pasado años viviendo en un ashram en la India antes de regresar a Europa. Allí se dedicó a escribir y a enseñar en una escuela espiritual que había fundado.
Sin embargo, la vida no siempre había sido fácil para Anna. Había superado grandes obstáculos y desafíos, incluyendo una enfermedad grave que había amenazado su vida. Pero en lugar de rendirse, ella se había aferrado a su fe y había encontrado la fuerza para seguir adelante.
A medida que envejecía, Anna se había vuelto más reflexiva sobre su vida y su propósito en el mundo. Aunque había logrado mucho, sentía que todavía había mucho más por hacer. Tenía un gran amor por los demás y estaba decidida a hacer una diferencia en el mundo, sin importar cuánto tiempo le quedara. Y así, continuó viviendo con pasión y propósito, tocando las vidas de los que la rodeaban con su sabiduría y su compasión.
Oliver y Anna se conocieron por casualidad en una galería de arte en Copenhague. Ambos estaban admirando una misma obra, cuando empezaron a comentarla y a compartir sus impresiones. La conexión fue inmediata y pasaron horas hablando sobre arte, cultura y sus intereses compartidos. Desde entonces, se han convertido en grandes amigos y comparten muchas aficiones y aventuras juntos. ¡Vaya casualidad que los haya unido el arte!