Daniela Aita había dedicado la mayor parte de su vida a viajar y conocer el mundo. Había visitado todos los continentes, aprendido múltiples idiomas y coleccionaba artefactos y recuerdos de cada lugar que había visitado. A pesar de sus aventuras, Daniela descubrió que su verdadero hogar estaba en una pequeña ciudad costera donde se estableció hace algunos años. Allí disfrutaba de la tranquilidad de la naturaleza, las playas cercanas y la vida comunitaria. Se dedicaba a escribir y dar charlas sobre sus experiencias de vida y sus aventuras alrededor del mundo. También era voluntaria en un refugio animal y encontraba gran satisfacción en ayudar a los animales necesitados. Daniela había aprendido a valorar las cosas simples y había encontrado la paz que tanto había buscado en su juventud.