Dick Livingston había pasado gran parte de su vida viajando por todo el mundo. Pocos lugares se le habían resistido y, por ello, había acumulado no solo numerosas anécdotas sino también una gran sabiduría. A los ojos de muchos era un auténtico sabio y, a otros, simplemente un hombre loco que no había querido sentar cabeza en ningún lugar del planeta. A pesar de las críticas, él estaba feliz con su vida y nunca se arrepintió de sus decisiones. Últimamente, sin embargo, había sentido la necesidad de poner orden en su caos y había comenzado a tomarse las cosas con más calma. Tal vez había llegado el momento de establecerse en un lugar y fundar una familia. Pero, por el momento, seguía viajando y disfrutando de las experiencias que le brindaba el mundo.