Eghosa Ohan llevaba una vida algo solitaria en su pequeña casa de campo en las afueras de la ciudad. Era un hombre trabajador y dedicado, y durante muchos años se había ganado la vida como artesano, especialmente con la talla de madera y la creación de objetos decorativos. Pese a que disfrutaba de una vida tranquila, Eghosa no se consideraba una persona conformista. Siempre había sentido una inquietud artística muy fuerte que le llevaba a buscar nuevas formas de expresión y, en los últimos años, se había adentrado en el mundo de la pintura. Aunque le costó mucho al principio, pronto comenzó a experimentar con diferentes técnicas y estilos, y descubrió que la pintura le permitía expresar de una forma mucho más libre y personal todo aquello que sentía. Desde entonces, Eghosa Ohan se sumió en una vida de creatividad y experimentación, dedicando gran parte de su tiempo a desarrollar su estilo, a buscar la belleza en lo cotidiano y a compartir su obra con el mundo. Aunque siempre mantuvo su casa como su refugio personal, su obra artística se convirtió en su forma de comunicarse con los demás y de dejarse conocer más allá de las apariencias.