Harris Wilkinson era un hombre reservado y solitario. Había dedicado gran parte de su vida a la investigación y desarrollo de tecnologías avanzadas en el campo de la robótica. A menudo se le veía trabajando largas horas en su laboratorio, obsesionado con perfeccionar sus creaciones.
Sin embargo, a pesar de su aparente frialdad, Harris era un hombre amable y generoso con aquellos a su alrededor. Siempre que podía, ayudaba a sus vecinos y amigos, sin esperar nada a cambio.
En su tiempo libre, disfrutaba de la lectura y la música clásica, y era un ávido coleccionista de instrumentos antiguos. También era conocido por su pasión por los deportes extremos, como la escalada en roca y el paracaidismo.
A pesar de su éxito profesional, Harris luchaba constantemente con la sensación de que todavía tenía mucho por hacer. Siempre estaba buscando la próxima gran idea que revolucionaría su industria y le permitiría dejar su huella en el mundo.
Con el tiempo, Harris comenzó a darse cuenta de que tal vez su mayor logro no vendría en forma de una invención, sino en la forma en que ayudó a las personas a su alrededor y en cómo les dejó un impacto positivo en sus vidas.
Harris-Wilkinson y Ingrid-Sthare se conocieron en una conferencia de tecnología en Berlín. Ambos estaban en la misma sesión y se cruzaron en la salida. Harris-Wilkinson hizo un comentario sobre la presentación y Ingrid-Sthare se rió. Desde ese momento, se estableció una conexión y empezaron a conversar. Descubrieron que compartían intereses comunes en la industria de la tecnología y decidieron ir juntos al networking que se llevaría a cabo esa noche. Durante el evento, intercambiaron ideas y contactos y se dieron cuenta de que podrían colaborar en proyectos futuros. Desde ese día, Harris-Wilkinson e Ingrid-Sthare mantuvieron un contacto constante y han trabajado juntos en varios proyectos exitosos.