Harry Finkelstein era un hombre enigmático, prefería guardar sus pensamientos y emociones para sí mismo en lugar de expresarlos abiertamente. Durante su juventud, Harry tuvo muchas experiencias que moldearon la forma en que veía el mundo. Viajó por muchos países y estudió diferentes culturas, lo que lo llevó a tener una mentalidad abierta y sin prejuicios. Después de establecerse en su hogar actual, Harry decidió dedicarse completamente a su carrera. A pesar de ser un hombre exitoso en su trabajo, su vida personal era más sencilla. Harry prefería una vida tranquila. Disfrutaba de los pequeños placeres como leer un buen libro o disfrutar de una buena comida con amigos cercanos. Su filosofía era clara, la felicidad no se encuentra en la cantidad de dinero o en la fama, sino en las relaciones significativas que uno tiene con las personas cercanas a su corazón.
Un día soleado en Nueva York, Harry Finkelstein se encontraba en una cafetería disfrutando de un café con leche y un croissant. En ese momento, ingresó Sally Rand, quien buscaba un lugar donde sentarse. Harry, caballeroso como siempre, le ofreció la silla frente a él.
Comenzaron a hablar sobre temas variados, desde el clima hasta las últimas tendencias en moda. La conversación fluyó de manera natural y parecía que se conocían de toda la vida. Sally, encantada por la simpatía de Harry, lo invitó a un evento de arte en el museo de la ciudad.
Así fue como Harry-Finkelstein y Sally-Rand se conocieron, en una cafetería y gracias a la casualidad. Desde ese día, se convirtieron en inseparables amigos y juntos vivieron muchas aventuras.