Jack Gardner era un hombre peculiar. Había viajado por todo el mundo y se había empapado de distintas culturas y tradiciones. A veces se sumergía en el mar con su equipo de buceo y otras veces se desaparecía en la cordillera con su mochila. Amaba las aventuras y siempre se estaba proponiendo nuevos desafíos. Una vez incluso escaló el Monte Everest. Sin embargo, detrás de esa aparente valentía y fortaleza, se escondía un corazón sensible. En reiteradas oportunidades lo vieron llorar ante un atardecer o ante una canción que tocaba la fibra más íntima de su ser. Tenía un gran sentido del humor y siempre se reía de sí mismo antes que de los demás. Era un gran amigo, siempre dispuesto a escuchar y a brindar una palabra de aliento. Solía escribir en una pequeña libreta que llevaba consigo en todo momento y decía que eran sus “reflexiones emotivas sobre la vida”. Era una persona admirable, que dejaba una huella imborrable en todos los que lo conocían.