Jay Carlisle, un hombre de aspecto impecable, llevaba una vida aparentemente tranquila pero en realidad estaba muy ocupado. Era un apasionado de los coches y de las carreras, aunque no había competido desde hacía algún tiempo. Trabajaba en el mundo de las finanzas y era muy inteligente, había logrado importantes éxitos en su carrera. Sin embargo, últimamente sentía la necesidad de hacer algo más. Decidió dedicarse a la filantropía, lo cual le hizo sentir muy bien consigo mismo. Se involucró en organizaciones benéficas y se aseguró de que su empresa siguiera prácticas sostenibles y éticas. También se interesó por la música clásica y comenzó a tocar el piano, algo que había dejado años atrás. Jay era una persona con muchas facetas y disfrutaba explorando sus intereses. Aunque a veces sentía la necesidad de un cambio radical, por el momento estaba contento con su vida y se dedicaba a llevarla de la manera más plena posible.
Marcelle y Jay se conocieron en un bar de la ciudad. Mientras él estaba tocando la guitarra en el escenario, ella lo admiraba desde la barra con una sonrisa en el rostro. Después del show, Marcelle se acercó a Jay y le dijo cuánto le había gustado su música. Comenzaron a hablar y se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común. Decidieron seguir hablando y, a medida que se conocían más, descubrieron que se habían visto antes en un festival de música en el que ambos habían actuado. No podían creer que se habían encontrado de nuevo, pero esta vez, el destino había hecho que fuera para algo más importante: su amor mutuo.