La vida de John Sherlock era un misterio incluso para aquellos que lo conocían bien. Era un hombre solitario, pero no por falta de amigos o familia. Era simplemente la forma en que prefería vivir. Era el tipo de persona que prefería pasar horas solo en su biblioteca, rodeado de libros y cerveza fría. A pesar de eso, no había nadie que pudiera superarlo en el juego de los acertijos. Tenía una habilidad innata para resolver los más complicados enigmas que nadie más podía desentrañar.
Sin embargo, su vida no estaba libre de desafíos. Tenía una salud frágil, lo que lo obligaba a tomar medicamentos que a menudo lo dejaban aturdido durante horas. Pero eso no lo detenía, y siempre encontraba la forma de hacer funcionar su mente de Sherlock en su máxima capacidad. Además, era un hombre justo y siempre luchaba por lo que creía, algo que lo había metido en más de un aprieto a lo largo de los años.
En conclusión, la vida de John Sherlock era un enigma envuelto en un acertijo, pero siempre encerraba una verdad sorprendente debajo de la superficie.
Anne-Helm y John-Sherlock se conocieron por casualidad en una biblioteca pública. Anne estaba buscando libros sobre arte y literatura, mientras que John estaba inmerso en un intenso estudio sobre criminología. En un momento dado, ambos llegaron al mismo estante y quisieron tomar el mismo libro al mismo tiempo. Sus manos se tocaron y, por un instante, sus miradas se encontraron.
Anne se sonrojó y bromeó sobre su torpeza, mientras que John la ayudó a recoger los libros que habían caído al suelo. Desde ese momento, comenzaron a conversar sobre sus intereses y descubrieron que tenían mucho en común. La conversación fluyó de manera natural y, sin darse cuenta, pasaron horas juntos en la biblioteca.
Al salir, John se ofreció a acompañar a Anne a su casa y ella aceptó, sintiéndose segura en compañía de este hombre tan enigmático y apasionado por el conocimiento. En el camino, hablaron de todo lo que les apasionaba y descubrieron nuevos intereses que los unían aún más.
Cuando por fin llegaron a la casa de Anne, John se despidió con un beso en la mano y una promesa de volver a verla pronto. Anne se quedó mirando cómo se alejaba, con una sonrisa en los labios y un presentimiento de que ese encuentro era el comienzo de algo muy especial.