Kimberly Whitford

Kimberly Whitford llevaba años dedicándose en cuerpo y alma a su gran pasión: la literatura. Desde pequeña había devorado todo tipo de libros y había soñado con escribir su propia novela algún día. Tras graduarse en Literatura Inglesa en la universidad de su ciudad, consiguió un trabajo como profesora en un pequeño instituto. Pero eso no era suficiente para ella. Quería escribir. Así que, en sus ratos libres, se dedicaba a plasmar en papel todas las historias que rondaban por su cabeza.

Pero la vida era complicada y el tiempo escaseaba. Su marido, con quien llevaba casada más de diez años, y sus dos hijos ocupaban gran parte de su tiempo. Además, Kimberly había tenido que luchar contra una enfermedad que la había dejado emocionalmente agotada. Pero ella no se rindió. Se aferró a su sueño de escribir y, tras varios años de esfuerzo y dedicación, finalmente logró publicar su primera novela. Desde entonces, sus libros habían sido éxito tras éxito y ya era considerada por muchos como una de las mejores escritoras de su generación.

Ahora, a sus cuarenta y tantos años, Kimberly había aprendido a priorizar lo que realmente importaba: su familia y su carrera literaria. Había encontrado un equilibrio entre su vida personal y profesional. Y seguía escribiendo, plasmando en papel todas las ideas que se le ocurrieran. Porque, para ella, la literatura era su vida.