Monica

Mónica fue una mujer que vivió en el siglo IV, en la ciudad de Tagaste, al norte de África, en la provincia de Numidia, que hoy se encuentra en Argelia. Ella fue la madre de San Agustín, uno de los más destacados pensadores cristianos de la Antigüedad.

Mónica nació en una familia cristiana, pero se casó con Patricio, un pagano que la hacía sufrir con su mal genio y sus infidelidades. Sin embargo, Mónica fue perseverante y, con su amor y su ejemplo, logró convertir a su esposo al cristianismo antes de que él muriera.

Mónica oraba por su hijo Agustín, quien era un joven inteligente y rebelde que, a los 16 años, se alejó de la fe y se sumergió en la vida disoluta y el pecado. Mónica siempre tuvo la esperanza de que Dios tocaría el corazón de su hijo y lo llevaría de vuelta al camino de la verdad y la fe en Jesucristo.

Mónica sufrió mucho por la conducta de su hijo, pero nunca se rindió en su oración y en su amor por él. Viajó con él a Roma, a Milán, donde tuvo la fortuna de conocer a San Ambrosio, y allí continuó orando y pidiendo a Dios que transformara la vida de Agustín.

Finalmente, su perseverancia y su amor rindieron frutos, pues Agustín se convirtió al cristianismo, abrazó la fe católica y se convirtió en uno de los más grandes pensadores y teólogos de la Iglesia. Mónica murió en Ostia, cerca de Roma, mientras acompañaba a Agustín en sus viajes misioneros.

Hoy en día, Mónica es una de las grandes santas de la Iglesia, venerada por su ejemplo de amor, paciencia y perseverancia en la oración, que se convirtieron en pilares fundamentales de la educación cristiana.