Amanda y Frank se conocieron en una cafetería acogedora en el centro de la ciudad. Los dos vivían cerca uno del otro y habían visto sus caras antes en la zona. Sus ojos se encontraron por casualidad, y Frank, valiente, le preguntó a Amanda si le importaba compartir la mesa con él. Ella aceptó amablemente y comenzaron a charlar sobre sus vidas y aficiones. Descubrieron que compartían una pasión por la música y el arte, lo que les llevó a hablar de sus artistas favoritos. Frank mencionó a un artista holandés poco conocido que resultó ser el favorito de Amanda. Desde ese momento, el vínculo estaba creado; intercambiaron números de teléfono y comenzaron a compartir sus gustos artísticos. Con el tiempo, su amistad evolucionó en una relación amorosa sólida basada en el respeto mutuo y los intereses comunes. Amanda y Frank estaban destinados a conocerse en ese café y compartir su amor por el arte, la música y, lo más importante, el uno al otro.
