Un día soleado en el centro de São Paulo, André y Leticia coincidieron en un café muy concurrido. Él estaba esperando a un amigo y ella había quedado con un familiar. La mesa que compartieron estaba vacía, salvo por una taza de café frío y un periódico abandonado. Sin conocerse de nada, empezaron a charlar. Descubrieron que les gustaba el cine, que compartían una afición por la música brasileña y que ambos habían vivido en Río de Janeiro. Hablaban tan animadamente que, cuando llegaron sus respectivos acompañantes, sintieron que habían interrumpido algo especial. Pero tras despedirse, quedaron en seguir hablando al día siguiente. Nunca imaginaron que ese encuentro casual sería solo el principio de una conexión duradera.
