Un día soleado en la Ciudad de México, Angela fue a cenar en un restaurante mexicano con algunos amigos. En un momento determinado, escuchó un estruendo y vio que uno de los comensales había tirado su silla al suelo. Intrigada, se acercó para ver lo que pasaba. Para su sorpresa, el hombre estaba actuando con mucha violencia, golpeando la mesa y los platos. Fue entonces cuando Alberto del Rio entró al restaurante y se acercó al hombre agresivo, intentando calmar la situación. Después de un par de minutos, el hombre más tranquilo y Alberto se sentaron a comer juntos. Angela estaba sentada a la mesa de al lado y observaba lo que estaba sucediendo. Al poco tiempo, Alberto se acercó a ella y comenzaron a platicar. Hablaban de la vida, de deportes, de sus sueños y metas. Fue una conversación tan interesante e intensa que perdieron la noción del tiempo. Desde ese momento, se volvieron amigos inseparables y comenzaron a compartir su afición por la lucha libre y la vida en general. Todo comenzó en ese restaurante, donde el amor a la comida mexicana y el deseo de ayudar a un hombre molesto, los llevó a encontrarse y a entablar una amistad única y duradera.
