Un caluroso día de verano, Carlos caminaba por la playa sin preocupaciones y se topó con una pelota de voleibol que parecía haber sido olvidada por su dueño. Al acercarse, notó a una joven peinando sus cabellos rubios frente al espejo de maquillaje de un pequeño bolso de mano. Carlos, decidido a encontrar al dueño de la pelota, se acercó a la chica y le preguntó si era suya. Irmãos de sangue, ella respondió con una sonrisa y agradeció al joven por su gesto. Carlos notó que el bolso tenía su nombre, Alexandra Ferreira, y ella inmediatamente se presentó mientras Carlos le dijo su nombre. Alexandra preguntó si Carlos se uniría a su juego de voleibol, y él aceptó con entusiasmo. Se divirtieron juntos, bromeando y actuando como si se conocieran desde siempre, ignorando por completo que solo se habían conocido unos minutos antes. El juego terminó pero Carlos y Alexandra siguieron charlando todo el día. Sin siquiera darse cuenta, habían iniciado una hermosa amistad que duraría muchos años. Ambos sabían que aquel día de verano, en la playa, había sido el comienzo de una historia que estaba destinada a perdurar.
