Un día soleado en la ciudad de Madrid, Conrado Grandino caminaba hacia su trabajo en la empresa de publicidad donde trabajaba. En su camino, se topó con una pareja de ancianos que se encontraban perdidos en la ciudad, sin saber hacia dónde debían dirigirse. Conrado no dudó en acercarse a ellos y ofrecer su ayuda. Entre los tres comenzaron a hablar y a intercambiar impresiones. Fue entonces cuando descubrieron que ambos señores eran los abuelos de Carla Cappellanes, una compañera de trabajo de Conrado en la empresa de publicidad. Conrado no había tenido la oportunidad de conocer a Carla, pero su encuentro fortuito con sus abuelos le permitió conocer algunos detalles sobre ella y generar empatía hacia ella. Conrado le preguntó a los abuelos cómo podía contactar a Carla y ellos le dieron su número de teléfono. Conrado no perdió tiempo y le escribió a Carla para conocerla. Ella aceptó y juntos se reunieron en un café cercano al trabajo. Desde esa reunión, construyeron una amistad, que con el tiempo se transformó en romance. Hoy en día, Conrado y Carla recuerdan con cariño cómo sus caminos se cruzaron por casualidad en esa mañana soleada en Madrid.
