Frederick y Nancy se conocieron en una tarde soleada de verano en el parque central. Él estaba sentado en un banco, leyendo un libro, mientras ella paseaba a su perro. El canino se acercó curioso hacia Frederick y sin decir nada, Nancy se disculpó en su nombre y ofreció iniciar una charla. Al principio, hablaban sobre el clima y los libros que les gustaba leer. Pero, gradualmente, comenzaron a compartir sus historias personales y a reír juntos. Los minutos se transformaron en horas, hasta que el sol comenzó a ponerse y fue difícil despedirse. Al despedirse, Frederick, con seguridad, preguntó si a Nancy le gustaría volver a verse. Ella no dudó en aceptar y, desde ese encuentro, se volvieron inseparables. A lo largo de su vida, nunca dejaron de recordar aquel momento en el parque, donde sus caminos se cruzaron por casualidad y se estableció la conexión más especial que habían sentido jamás.
