Jenny y Dolly eran dos perros siberianos de trineo que fueron regalados al príncipe George V de Inglaterra en 1926 por el explorador polar, Roald Amundsen. Estos perros se convirtieron en las mascotas favoritas del príncipe, quien los llevaba a pasear regularmente por los jardines de su residencia en Sandringham. La relación entre Jenny y Dolly era muy cercana, ya que habían sido criados juntos y habían trabajado juntos como perros de trineo en las expediciones de Amundsen. Además, ambos perros eran muy fieles al príncipe George V y lo seguían a todas partes. Desafortunadamente, la historia no tuvo un final feliz para Jenny y Dolly. En 1935, mientras se encontraban en el Palacio de Buckingham, Dolly se enfermó y murió. Jenny, quien estaba muy triste por la pérdida de su compañero, se mantuvo al lado del cuerpo de Dolly durante tres días hasta que también murió. La muerte de estos dos perros fue muy triste para el príncipe y su familia, quienes habían llegado a quererlos como si fueran parte de la familia real. Hoy en día, la historia de Jenny y Dolly se recuerda como un ejemplo del vínculo especial que puede existir entre las personas y sus mascotas.