Un día soleado, Jil caminaba por las calles de Madrid sin rumbo fijo, mientras que James recién había llegado a la ciudad y se encontraba perdido en las calles estrechas. En un pequeño café, ambos coincidieron en la fila para pedir un café y de casualidad se toparon con sus miradas. Jil no pudo evitar sonreír al ver al hombre con un acento británico y James se acercó tímidamente para preguntarle sobre alguna recomendación de la ciudad. Después de charlar por un rato, Jil se ofreció a mostrarle algunos lugares turísticos de la ciudad. James aceptó con agrado y juntos salieron a pasear por las calles del centro, descubriendo nuevas cosas uno del otro. A medida que avanzaban en su recorrido, sus conversaciones se volvían cada vez más interesantes y se dieron cuenta de que, aunque venían de culturas distintas, tenían mucho en común. Al finalizar el día, se despidieron con la promesa de volver a encontrarse y seguir recorriendo la ciudad juntos. Desde ese momento, comenzó una hermosa historia de amistad y compañerismo entre Jil y James que perduró a lo largo del tiempo.
