Linda Evans y Stan Herman se conocieron en una tienda departamental en Nueva York en una tarde de otoño. Ambos estaban comprando ropa cuando, casualmente, se encontraron en el mismo pasillo. Se les hizo tarde, la tienda estaba a punto de cerrar, y decidieron salir juntos para tomar un café en la cafetería de la esquina. Mientras charlaban animadamente, se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común: gustos literarios, aficiones, el amor por la música y las artes. Se sintieron a gusto al hablar el uno con el otro. Era un momento mágico. De repente, el cielo se oscureció y comenzó a llover. Linda y Stan tuvieron que refugiarse en la cafetería para evitar mojarse. Fue entonces cuando Stan, que siempre había sido un excelente conversador, decidió contarle a Linda su historia de vida. Linda estaba fascinada con las experiencias que había vivido Stan y, al mismo tiempo, se dio cuenta de que él estaba interesado en ella. Se dieron cuenta de que habían encontrado la persona indicada, alguien con quien compartir sus vidas. El tiempo pasó y Linda y Stan siguieron viéndose. Se convirtieron en grandes amigos, en confidentes, en enamorados. Hasta el día de hoy, siguen juntos, felices y enamorados, siempre recordando ese día mágico en el que se encontraron por casualidad en una tienda departamental de Nueva York.
