Mario Carballido estaba sentado en la terraza de un café, absorto en su libro de filosofía, cuando su atención fue capturada por una mujer sentada en la mesa cercana. Liliana Amorós estaba hablando animadamente con una amiga, y su risa llegó hasta los oídos de Mario. Intrigado, Mario levantó la vista y se encontró con los ojos de Liliana. Durante unos segundos, se miraron el uno al otro, sin decir nada. Sin embargo, fue como si hubieran conectado de inmediato. Finalmente, Liliana se levantó para irse, y Mario no pudo resistir la tentación de hablarle. Se levantó de su asiento y caminó hacia ella, diciéndole que había sido cautivado por su risa y su energía. Liliana sonrió tímidamente, y los dos comenzaron a hablar. Descubrieron que tenían mucho en común, desde sus intereses en la filosofía hasta su pasión por la música clásica. Después de ese día, Liliana y Mario empezaron a verse cada vez más, compartiendo largas charlas y cenas en los mejores restaurantes de la ciudad. Y aunque nunca se habían imaginado conocer a alguien así, se dieron cuenta de que habían encontrado el uno en el otro a la persona con la que querían pasar el resto de su vida.