Un día, Cristiano Ricciardella estaba caminando por las calles del centro de Roma cuando se topó con Mascia Ferri. Sus miradas se encontraron y ambos sintieron una conexión instantánea. Cristiano, decidido a conocerla mejor, se acercó a Mascia y la invitó a tomar un café. A Mascia le gustó la actitud valiente y confiada de Cristiano, así que aceptó encantada. Durante la conversación, descubrieron que compartían muchas aficiones, como el cine italiano clásico y los libros de historia. También charlaron sobre sus respectivas familias y sus planes para el futuro. El tiempo pasó volando, pero Cristiano y Mascia sintieron que habían encontrado a alguien especial en el otro. Se despidieron con la promesa de volver a verse pronto y compartieron un abrazo y una sonrisa que parecía no querer desaparecer. Desde entonces, nunca se separaron. Pasaron de compartir historias a compartir momentos, de pasear por Roma a pasear por la vida juntos. Y aunque la ciudad les regaló un primer encuentro inolvidable, fueron ellos quienes hicieron que su historia fuera eterna.