Un día soleado, Kimberly salió de su casa a caminar por la ciudad de Los Ángeles. En su camino, escuchó música estridente proveniente de un bar cercano. Decidió ir a ver de qué se trataba. Al llegar, notó que la música no era de su agrado y que la mayoría de las personas allí presentes estaban bebiendo y conversando animadamente. Sin embargo, su atención fue capturada por un hombre de cabello oscuro, con botas altas y chaqueta de cuero. Era Nikki Sixx, el bajista de Mötley Crüe, una de las bandas más famosas de la época. Él estaba parado en una esquina, alejado del resto de la multitud, fumando un cigarro. Kimberly se acercó a él y le preguntó si podía tomar una foto juntos. Nikki, sorprendido por la petición, accedió. Después de tomarse la foto, comenzaron a conversar. Descubrieron que ambos compartían un amor por la música y que habían asistido a varios conciertos de Mötley Crüe. A partir de ese momento, Kimberly y Nikki comenzaron a tener encuentros casuales en la ciudad. A menudo iban a bares o restaurantes a conversar sobre su amor por la música, la vida y la creatividad. Poco a poco, su amistad se fue fortaleciendo hasta el punto en que Nikki le presentó a Kimberly a su banda y le ofreció la oportunidad de trabajar en su empresa de producción musical. Kimberly aceptó encantada, y así comenzó su carrera en la industria de la música gracias a su amistad con Nikki Sixx. Hoy en día, Kimberly Foster es una productora reconocida en la industria del entretenimiento y siempre recuerda con cariño cómo conoció a Nikki Sixx en aquella tarde soleada en Los Ángeles.