Un día, Sam y Riley se encontraron casualmente en un café de la ciudad. Al principio, sólo intercambiaron miradas furtivas y sonrisas tímidas. Sin embargo, al cabo de unos minutos, Sam se animó y se acercó a la mesa donde estaba Riley. Allí, comenzaron a charlar sobre sus pasatiempos y aficiones, descubriendo que tenían numerosas cosas en común. Pasaron horas hablando y riendo, sin darse cuenta del tiempo que pasaba. Finalmente, decidieron intercambiar números de teléfono y prometieron llamarse pronto. Desde entonces, Sam y Riley se han convertido en los mejores amigos y han compartido numerosas aventuras juntos.
