Stephen Crane y Lana Turner se conocieron en una cafetería en Nueva York. Crane estaba sentado en una mesa, escribiendo en su libreta, mientras que Turner entró y se sentó en la mesa de al lado. Crane notó que Turner no paraba de mirarlo, por lo que decidió preguntarle si le molestaba en algo. Turner le respondió que no, y desde ahí comenzaron a hablar sobre sus vidas e intereses. Descubrieron que tenían muchas cosas en común, como su amor por la literatura y el cine. Terminaron intercambiando números y quedaron de volver a encontrarse. Desde ese día, se convirtieron en grandes amigos y colaboradores creativos, trabajando juntos en varios proyectos literarios y cinematográficos.
